Fábula de Vicentito
De cómo los niños se hicieron amantes de las leyes
Roberto Fuentes Vivar
La alberca estaba llena. Vicentito y Diego jugaban a ser fuentes. Se llenaban la boca de agua y la soltaban como si fueran el chorrito de Cri-Cri que se hacía grandote y se hacía chiquito.
Como no podía alcanzar el piso debido a su pequeña estatura, Carlitos era cargado por un hombre que, con todo y traje oscuro, se tuvo que lanzar a la alberca para proteger al niño. Carlitos disparaba su escopeta de juguete contra todos. “Boom. Ya te dí”, gritaba.
De repente, Vicentito sintió un ligero dolor en el bajo vientre.
-Creo que necesito mear- le dijo a Diego.
-¿Te urge mucho?- le preguntó Dieguito, quien a pesar de estar en el agua no permitía que su cabello se despeinara.
-Todavía aguanto un poco- le contestó Vicente
-Vamos a echarnos otras carreritas- le dijo Diego
Vicente pareció olvidar de momento su necesidad urgente de orinar y con sus enormes manos comenzó a chapalear como si fuera una ballena en el estanque.
Felipito corrió tras ellos y también se puso a nadar tratando de alcanzar a Diego y Vicente que ya habían llegado hasta la orilla.
Cuando Felipito se sentó junto a los otros dos niños, Vicentito conversaba con Diego.
-Definitivamente ya no aguanto más-
-Mira- le dijo Diego señalando con su dedo índice un letrero donde decía: PROHIBIDO ORINAR DENTRO DE LA ALBERCA
-¿Y eso qué significa?- preguntó Vicentito.
-Que te tienes que salir si necesitas orinar. Ahí lo dice y hay que ser respetuosos de las leyes.
Vicentito se quedó pensativo. Miró sus botas vaqueras que estaban del otro lado de la alberca y hasta se acordó de que antes de salir de su casa su papá le había dicho: “Boots, no. Guarraches”, criticando a su hijo que en vez de unas sandalias deseaba llevar sus botas vaqueras para un día de natación. Incluso su madre también le había comentado: ¡Joder, siquiera llévate unas alpargatas. Que no veis que así solo haces el ridículo!. Pero Vicentito rompió en llanto, necesitaba las botas y tras muchos lloriqueos y terquedades
(No
Sí
No
Sí
No
Sí
No
Sí.) triunfó el sí y Vicentito se llevó sus botas vaqueras con pantalón corto y sin calcetines.
Ahora, junto a la alberca, el niño Vicente dudaba si su terquedad había sido lo más apropiado para ese momento, pero no le importó. Cogió de la mano a Dieguito y cruzaron, por fuera, la alberca hasta llegar a las botas. Felipito venía detrás y Carlos seguía disparando, cargado por el misterioso hombre sin rostro que lo soportaba en todo momento. “¡Bang! Te di. Estás muerto”, gritaba. No muy lejos otros niños como Luisito y Pepito jugaban con una pelota. Otros más, permanecían casi a la orilla platicando. Algunas niñas también nadaban o simplemente estaban adentro del agua disfrutando del refresco que significaba una alberca en los calores de mayo.
Cuando Vicentito llegó hasta donde estaban sus botas se sentó en la orilla de la alberca y se las calzó. Una después de la otra. Más tarde se paró y dijo a Diego
-De plano, ya no aguanto.
Entonces, Vicentito sacó su pichichi del calzón de baño.
Diego hizo lo mismo y el niño Felipe los siguió.
Los tres con la pinguita de fuera comenzaron a orinar hacia la alberca.
Inmediatamente Luisito y Pepito hicieron una mueca de asco y nadaron hasta la orilla más cercana para salir de la alberca. Muchas niñas hicieron lo mismo. Martita se quedó mirándolos y hasta aplaudió. Carlitos seguía inmutable disparando ¡Bang. Estas muerto! aunque su guarura no podía disimular la cara de asco, pues pensaba que el traje que portaba definitivamente tendría que ser desechado tras haber absorbido los orines de los niños.
Vicentito, Diego y el Niño Felipe tardaron más de un minuto haciendo tres largas parábolas con sus orines que llegaban hasta media alberca. Cuando terminó, Vicentito hizo las tres sacudidas de rigor y guardó su pipí nuevamente en el calzón de baño. El niño Felipillo seguía orinando, lanzando su chorrito amarillo hacia el agua azulada, cuando ya Vicente y Diego se habían lanzado hacia la alberca, que ya estaba prácticamente vacía y sólo permanecían en ella Carlitos con sus disparos ¡Bang Bang!, el guarura –tratando de conservar la calma e inhibiendo las ganas de vomitar- y Martita, quien hacía bucitos sin parar contando el tiempo que tardaba en aguantar la respiración.
-Te fijas, Diego, que ya la alberca quedó para nosotros solos. Ya no hay morenitos, ni peluditos- dijo Vicentito haciéndo notar que el era más alto que todos los demás y su tono de cabello era un poco más claro que el de los otros niños que hasta hace unos momentos jugaban en el agua y ahora estaban afuera, vomitando, secándose o haciendo cola en las regaderas para limpiarse los orines que habían esparcido los niños meones.
-Nosotros sí sabemos guardar las leyes- Le dijo Dieguito a Vicente señalando el letro PROHIBIDO ORINAR DENTRO DE LA ALBERCA- No orinamos dentro de la alberca. Nos salimos
-Qué satisfacción se siente vivir con el deber cumplido- dijo Vicentito mientras nadaba con todo y botas.
-Eso se llama vivir dentro de la ley- sentenció Felipillo, con aire docto.
Fue así como los niños se quedaron con la alberca para ellos solos y como aprendieron a cumplir las leyes a pesar de las tentaciones.
Ciudad de México/ Septiembre 2006
2 Comments:
Ya ven como son las cosas, ahora resulta que quienes cumplen con las leyes son los magistrados del trife. Ellos también orinaron la alberca.
12:44 PM
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5:21 AM
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