Fábulas del Gelipe I
De cómo el niño Felipe se volvió amigo de Georgie
Roberto Fuentes Vivar
En la casa del niño Carlitos había fiesta. Tuvieron invitados que vinieron de lejos y que ni siquiera hablaban español. Por eso en toda la cuadra mandaron limpiar las banquetas y hasta alquilaron unos faroles para que la calle se viera nuevecita.
-Ahora sí estamos en la modernidad ¿ves?- decía Carlitos pronunciando la palabra modernidad como si estuviera mascando piedras.
Su hermano Raulito ya había preparado varias dosis de cigarros especiales por si los podía vender a los invitados de extranjia y Ernestito dejó de vender periódicos esos días y hasta se dio una blanqueada para que lo dejaran hacerse amigo de los gringos.
Cuando llegaron, del coche del papá de carlitos se bajó un niño vestido de cowboy. Tenía su placa de sheriff, un sombrero tegsano, una camisa de cuadros y sus botas vaqueras.
Cuando lo vio inmediatamente Vicentito se emocionó.
-Miren, ese va ser mi amigo, hasta tiene unas botas igualitas a las mías-, exclamó Chentito a sus amigos.
-No´mbre, qué. Va ser mi amigo, fíjate que tiene una pistola como la mía- le respondió luego luego Carlitos, quien cada vez que podía amagaba a su sirvienta con el arma de municiones.
-Ni se hagan ilusiones- les reclamó Ernestito –yo soy el que va ser su amigo, porque nací cerca de él, que no ven que to vengo del norte, de allá de Baja California.
-Están locos, va ser mi novio. Para eso fui a un curso de inglés allá en Irlanda. Además, si se fijan es religioso, como yo- les explicó Martita.
-Pero yo soy gringañol, además es mi paisano porque mi papá es de Estados Unidos, como él- sentenció Vicentito. Para que les de envidia, los invitados se van a quedar en mi casa y los dos vamos a ser los jefes de los vaqueros y ustedes van ser los indios. Les vamos a ganar.
Dieguito, lo miró como diciendo ¡Pobre Vicente!, pues ya había planeado cómo hacerse amigo del niño gringo, porque sabía que él iba a definirr las reglas del juego de vaqueros contra indios, el invitado las iba a imponer y así se harías grandes amigos
El único que no dijo nada fue el Niño Felipe, quien estaba cabizbajo tratando de patear una piedra pero no le daba porque sus lentes de fondo de botella ya habían perdido graduación. El motivo de su tristeza es que no había coincidencia alguna con el niño gringo que habia venido a la cuadra a pasar las vacaciones.
Desde que bajaron del coche, Yoryi y sus papás, dejaron un olor raro en la cuadra. Era algo así como azufre o chapopote. Hasta, Ernestito comenzó a bromear.
-Martita, cierra las piernas-
-Yo no fui se los juro, además ya saben que nosotras las mujeres, las damas, no olemos feo- respondió Martita con un dejo de inseguridad.
-¿No?- le respondió Vicentito- ¿y el otro día que se te salió uno tan fuerte y te fuiste corriendo como loquita hasta que te tuve que chiflar para regresaras?
-Ay, Vicente, no digas intimidades que ni son ciertas- le dijo la niña.
El caso es que a pesar del olor tan fuerte el niño Felipe seguía en silencio.
-¡¿Y a ti que te pasa?!- le gritó Carlitos, mientras sacaba su pistola y le daba vueltas como hacían en la televisión los de la Ley del Revólver.
-Na.. Nada... Nada, de veras- les dijo el Niño Felipe a sus amigos.
La tristeza de Felipillo pasó desapercibida y a los pocos días, ya todos jugaban en la cuadra.
Martita suspiraba cada vez que veía al gringo, aunque oliera a chapopote.
Vicentito trataba de vestirse igual que él. Todos los días espiaba lo que se iba a poner Yoryi, para buscar entre sus camisas una que se pareciera a la del invitado.
Carlitos, quien lo miraba hacia arriba porque Yoryi medía ya 1.40 y él se había quedado en menos de un metro, se volvió amigo del gringo al regalarle los árboles del lote baldío en el que jugaban.
Diego, como se lo había propuesto, era el que interpretaba las reglas de los juegos que quería imponer el invitado y se las explicaba a sus amiguitos.
Ernestito todos los días le llevaba chocolates y dulces. Claro que se los daba en el momento en que amigos no lo vieran.
El único que seguía inundado de tristeza y jugando, casi en silencio, todos los días era el Niño Felipe. ¿Cómo podré hacerme su amigo?, se preguntaba guardando los sollozos en lo más profundo del vaho de sus anteojos.
Desde los primeros días en la cuadra, Yoryi mostró sus dotes para los juegos guerreros. Cogía su rifle y mataba a todos.
-Mecsicanos no ser buenos. Yo matar- gritaba el gringo y atacaba con todas sus fuerzas al primero que encontraba.
En una ocasión le dijo a Ernestito, blandiendo su cuchillo de caza:
-Tu ser negro. Yo matarte-
-No lo mates- le dijo Vicentito, mejor que nos limpie los zapatos.
-Pero es que ser negro. Además parece árabe. No ser cristiano. Hay que matarlo-, sentenció Yoryi, gritando y con las venas saltándole de la emoción.
-No –les decía Ernestito- si soy cristiano -y sacó un escapulario café de su cabeza-. Miren.
-Pero tú no besar mucho la cruz- le reclamó Yoryi a Ernestito.
-Hay que besar la cruz tres veces-explicó las reglas el Niño Dueguito.
-Es cierto- intervino Martita-, allá en los cursos que tome en Irlanda dijeron que tiene que besarse tres veces seguidas. Además, allá me enseñaron muchas cosas, porque eran puras personas de bien las que me daban cla...
-Ya cállate que nos mareas con tanta cháchara- la calló Vicentito.
El único que permanecía sin decir palabra era el Niño Felipe, hasta que un día....
...Después de observarlo mucho tiempo el Niño Felipe se dio cuenta de que el Yoryi iba cada dos horas a su cuarto. Una vez lo siguió y descurbió que debajo del colchón, el invitado tenía una caja de chocolates envinados. Cada vez que comía uno de esos chocolates salía a la calle con nuevos bríos. Los ojos se le ponían rojos y la lengua se le trababa, pero era cuando mejor jugaba a los indios y vaqueros. A veces se comía esos chocolates a puños y no dejaba indio con cabeza. No paraba hasta que el cansancio lo dominaba y entonces otra vez se iba a escondidas hasta su cuarto a comer chocolates envinados.
Al día siguiente de su descubrimiento, el Niño Felipe buscó entre las pertenencias de sus padres y encontró una botella de rompope. Le dio un trago y salió de su casa hasta la cuadra corriendo. Dispuesto a matar indios. Su motivación era tan grande que inmediatamente se convirtió en el lugarteniente de Yoryi.
Cuando todos estaban cansados y aburridos, a escondidas, el Niño Felipe llevó a su casa a Yoryi, se tomó una copa de rompope y le dijo que probara ese refresco. El invitado se puso feliz, comenzó a hablar de amor a Dios y casi inmediatamente salieron los dos a la cuadra, a jugar a la guerra santa.
Dos horas más tarde, Yoryi le invitó un chocolate envinado y sellaron su amistad.
Fue así como el niño Yoryi olvidó a su amigo Vicentito, quien le rogaba ser otra vez su amigou. Hasta le ofreció regalarle su caballo de madera, para volver a ser su compinche, pero el invitado prefería al Niño Felipe, con quien, a escondidas, había guardado una botella de rompope debajo del coche abandonado en el lote baldío, que para entonces era ya propiedad del gringo, pues entre Carlitos y Diego, hicieron las reglas para que se lo ganara.
Cada dos horas, los dos niños se iban de la mano al lote baldío y regresaban con la energía suficiente para jugar a la guerra santa.
Así nació la amistad del Niño Felipe con Georgie Boy, el niño que olía a chapopote.
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