El filosofo del metro dice:
Después del derroche
viene la tormenta
¿y la calma cuándo?
Fox: el gran derrochador
Roberto Fuentes Vivar
En el último día de gobierno de Vicente Fox vale la pena tratar de proyectar cómo pasará a la historia el llamado “presidente del cambio”.
Para muchos será definitivamente “el gran derrochador”.
Como nunca antes en la historia de México, un presidente tuvo tantas oportunidades para hacer un papel sobresaliente. Su transición fue pacífica, no hubo crisis económica sexenal, el modelo económico que deseaba ya estaba en marcha y la sociedad le dio la bienvenida prácticamente unida en su entorno.
Pero fue un derrochador de capitales.
Derrochó el capital político que logró en las elecciones y el que sumó en los meses posteriores, cuando millones de mexicanos le otorgaron el beneficio de la duda.
Derrochó el capital social que ganó con su simpatía y su antisolemnidad.
Derrochó la posibilidad de utilizar más de 100 mil millones de dólares que llegaron de divisas en beneficio del campo mexicano que expulsó a los migrantes.
Derrochó la espernaza de millones de mexicanos.
Derrochó el capital petrolero –como lo dicen incluso Carlos Slim y Guillermo Ortiz-, que se obtuvo cuando el oro negro alcanzó el precio más caro de la historia.
Derrochó la apertura que significaba diversificar los mercados, cuando la economía de Estados Unidos se desaceleró, mientras otras regiones crecían a ritmo acelerado.
Derrochó la estabilidad lograda por el Banco de México en materia monetaria, inflacionaria y en tasas de interés, pues no logró convertir esta ventaja en crecimiento económico.
Derrochó la bonanza de la Bolsa Mexicana de Valores al no lograrla convertir en un mercado mayor y en una fuente financiamiento del desarrollo.
Derrochó, en aras de un modelo económico, la posibilidad de un cambio verdadero.
Derrochó, gracias a sus allegados, la posibilidad de que disminuyera la corrupción y la sociedad volviera a creer en la política.
Derrochó más de 200 mil millones de dólares en pagos y exenciones fiscales a bancos, empresarios y grupos de poder político y religioso.
Derrochó la oportunidad histórica de ser el presidente del cambio.
Derrochó el bono democrático, al avalar las elecciones más sucias de la historia.
Derrochó la confianza que millones de mexicanos depositaron en él.
Derrochó su amor para dirigirlo a su esposa, quien a la búsqueda de fines poco claros intento ser una primera dama porfirista.
Derrochó la simpatía campesina para acabar con el campo.
Derrochó su don de mando empresarial para convertirse en títere de un sistema caduco y agotado.
Derrocho el sudor de todos los mexicanos y no ofreció nada a cambio.
Por todo ese derroche, debe ser consdierado traidor a la patria.
En fin, como dice el filósofo del metro: después del derroche viene la tempestad ¿y la calma cuándo?.
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